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Mientras Leías

The Drunk

Hoy he vivido una escena, sí no desagradable, enternecedora. Había quedado con Delia para llevarlas a la biblioteca, a su hermana, Silvia, y a ella. Llegaba tarde, pues no había conseguido levantarme a tiempo, naughty boy. Por la acera dónde están los pisos de protección oficial que tenían que haber llenado el barrio de drogas y delincuentes, bajaban dos niños con su abuelo. Me llamaron la atención dos cosas:

1. La gordura de la niña que, a pesar de sus 6 años. Llevaba un vestido beis como de mujer, muy mono el vestido, por cierto.

2. El chaval, de unos 8 años, iba fumando, eso sí, caminando muy erguido y con una chaqueta sacada de una peli yanqui de motoristas de las años 60.

Imagínate como les adelanté, azuzado por el hecho de que el supuesto abuelo permitiera fumar a un niño de tan pronta edad, además de por las prisas, claro. En esto, entra en escena el borracho del barrio, aunque la verdad, encontrarse al borracho, resulta cosa bastante fácil si transitas esa acera, entre las 10:00 y las 10:30. Andando como un zombi, stinking a vómito, le hace señas al chico y le pide una caladita. El niño sin miedo y sin prejuicio, le ofrece el cigarro.

Sabes, me ha parecido loable y envidiable que el chavalín decidiera obviar, la parte desagradable del borracho, ni que decir tiene todos los prejuicios sociales, y compartir con él su cigarro. Yo, he de reconocer avergonzado que, a pesar de no probado un pitillo, me dejaría llevar por los prejuicios y no sería capaz de compartirlo.

(Néstor)

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